miércoles, 18 de junio de 2008

Empiezan las despedidas

Las odio.

Me he despedido ya muchas veces. Las más cercanas: Alcalá, Hamburgo, Teruel, Madrid… pero empecé desde bien pequeñita a coger experiencia en el tema.


Todos los veranos, desde los 7 años, esperaba con ansia la llegada del (o los, dependiendo del año) campamento de verano. Pasaba quince días o un mes rodeada de gente, al principio extraña y al final casi de la familia. En Salduero el primero, pero luego llegaron El Saler, Cangas de Onís, Viérnoles, Sanabria, Gredos, Benicarló, Bragança, New Jersey y un montón de sitios y mis sufridos padres se acostumbraron a ver el famoso ritual del último día: niños abrazados, negándose a soltarse los unos de los otros, lágrimas de auténtico desconsuelo, escenas de la más pura telenovela venezolana, dame tu dirección, escríbeme, no te dejaré de escribir jamás, tú eres mi amiga para toda la vida, no te olvidaré nunca, ¡oh, por dios no puedo separarme de vosotros!.

No sé qué pensarían los pacientes padres que observaban la escena y nos separaban poco a poco, nos metían al coche, nos daban un abrazo y con mucho cariño nos decían tranquilos, que os podéis escribir por correo (¡postal!), ya os veréis al año que viene. Ellos sabían que eso era mentira, pero nosotros no. Yo de verdad creía que al año que viene me volvería a juntar y volvería a ver esas caras, que quedaríamos todos juntos y repetiríamos el mismo campamento, en otro momento, en otro lugar. Pero el año siguiente llegaba y todo volvía empezar. Otra vez gente extraña, de nuevo el difícil comienzo y de nuevo descubrir nuevas amistades, pasarlo bien, ¡pasarlo genial!, encontrar de nuevo amigos para siempre y enfrentarse a la partida con la misma pena, pero con un añito más.

Con los años llegaba el verdadero trauma porque ¡sí! también te tenías que despedir del hombre (niño) de tu vida. ¡Oh, por Dios! eso sí que era terrible. Además, mis padres no entienden nada (claro, con trece añitos no les podías contar que estabas locamente enamorada), pero esto sí que de verdad me parte el corazón ¡Oh, Dios! y más ¡Oh, Dios!

Ahora me hace mucha gracia, me parece hasta un poco absurdo, pero la verdad es que el día de vuelta a casa siempre ha sido horroroso. Por suerte, cuando eres niño, con la misma pasión que te entregas al dolor de la partida, te entregas al olvido y te recuperas del shock, así que a los pocos días ya me veía montando en bicicleta con los amigos del pueblo, pasando las horas en la piscina y subiendo al “Pico” a merendar y reuniéndonos en la Plaza a comer pipas. Eso sí, escribiendo cartas y cartas sin parar a mis amigos “perdidos”.

De todo esto guardo un montón de cartas, muchas fotos y una colección con cientos de fotos de carné con caras que significaron muchísimo para mí hace 20, 15 o 13 años y a las que algunas, hoy, no sabría poner nombre. Pero las guardo, y con mucho cariño, porque nunca he sabido cerrar puertas (algo que creo que es muy sano)…

Y desde que salí de casa a los 18, ha habido varias despedidas. Se ven de otra forma, pero en el fondo me transportan a la misma chiquinina que cogía la rabieta y lloraba desconsolada en el asiento de atrás del coche.

Y todo este rollo viene a que, esta noche, la Peña Pollopiña en pleno tuvo a bien asistir a la cena de despedida del primer españolitoenlahabana que nos deja. Inevitablemente, esta despedida me hace pensar en la que más me va a costar de todas, que es la mía. Quedan algo más de tres meses para que llegue pero sólo de pensarlo se me mete, como diría Talío, una basurita en el alma. Ya la he limpiado, que aún no es tiempo de lloros ni de hacer maletas, pero no he podido evitar verla venir y ponerle mala cara.

De todas formas, siempre trato de consolarme de alguna forma pensando que lo mejor que te puede pasar al despedirte de un lugar (y de la gente que hace ese lugar) es sentir una profunda pena, pues es sinónimo de que ahí has sido feliz.

Así pues, al puzzle que compone mi vida cubana le falta ya una pieza: ese apuesto y gallardo salmantino de nombre José Ángel que tan bien ha cuidado de estas damas.



¡Mucha suerte, compañero! Te echaremos mucho de menos, ya tú sabes…


2 comentarios:

Ignacio dijo...

Ufff, las despedidas, que momentos más chungos...

Lo bueno es que ahora tenemos mails, telefonos, etc y también mucha más madurez. Seguro que no desconectas de ninguno de tus amigos, que aunque estén en la otra punta del mundo estarán contigo... :)

Bsss

Zaida dijo...

Me he quedado con un nudo en la garganta que no sé si se pasará sin que caiga alguna lagrimilla...